domingo, 14 de julio de 2013

En busca del terror


El escritor sudaba la gota gorda ante el papel en blanco. Causas dobles o doble causa. El agobiante calor de julio y la ansiedad de no saber con qué rellenar los folios inmaculados. Había más tinta en sus dedos haciendo pequeños dibujitos que en las hojas de papel amarillento que utilizaba para hacer los borradores. Aparte tenía sueño, y le picaba la espalda.
Pensaba en cómo empezar una historia de miedo, que pasara entre calores y eriales, bajo la canícula, pero las pocas ideas que tenía eran desechadas enseguida por el sentido común, por la pereza o porque la autocensura de su cerebro imponía una mínima coherencia al manuscrito. Se acordó de intentos fallidos anteriores. No sabía cómo combinar el fuerte sol con horrores sin nombre. Recordó al sheriff indio, un personaje que apareció en verano pasado y del que sólo había un esbozo y un dibujo en un cuaderno. El personaje era bueno, pero lo que contaba era una mierda. Volvió a ponerse. 
Sólo le rondaban por la cabeza ideas descabelladas de pulpos, pelirrojas, billetes extranjeros, agua fresca del refrigerador y las ganas de ducharse.
—Ya me duche ayer —decía la parte vaga de su cuerpo—. 
—Pero estarías más fresca —respondía la agobiada—.
En penumbra, observaba todo lo que tenía a su alrededor, buscando quizá algo con lo que inspirarse; en realidad, algo con que entretenerse. Pensó, pensó, miró, pensó, se rascó la espalda mojada, y vio que era domingo, el Sol caía a plomo sobre la faz del terruño, los coches y las motos pasaban, se sentía mal, el sueño le vencía por momentos por las noches anteriores, horribles y eternas, y la nostalgia de cualquier cosa le comía por dentro, ya hubiese pasado hace un mes o diez años. El punch de boxeo le miraba. Las cosas a medio ordenar de la mudanza de hacía ya dos semanas. Las llaves que ayer olvidó. La cartera cada vez más vacía, aunque en realidad ese dinero que desaparecía no era suyo —otro derechazo al hígado—. Vio que era domingo, y como todas las personas sabias saben, el domingo es el día de la tristeza, aún más en verano. Atrapado en un cuerpo que era una cárcel de carne, abrasado por el calor, comprendió que el relato de horror y sol, de miedo y verano, era explicar lo atemporal de la situación, lo mil veces repetido antes. El Día de la Marmota. Supo que lo que pasa antes es como un sueño y que el presente en la clave de todo, y que su presente al menos hoy, estaba lastrado por la desgana, el terror a la soledad, el odio hacia lo que odiaba y al mundo en general. Al niño del vecino hablando idioteces por el telefonillo. Al picor de espalda y dolor de morrillo. A la gota que le infla la pierna. A la incomprensión de las actitudes de una masa que cree que piensa cuando se lo dan todo mascado. Al hartazgo de sí mismo. Esa cotidianidad era el TERROR que estaba buscando.